Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100256
Legislatura: 1889-1890
Sesión: 24 de enero de 1890
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Botella.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 77, 1286-1288.
Tema: Gobierno de S. M., significación política, economías, preterición de los ex Presidentes del Senado en las consultas de S. M. la Reina, etc.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): El Sr. Botella es muy modesto al creer que podría haber sufrido algún fracaso, en esta época de fracasos, anunciando y explanando una interpelación.

No; S.S. no sufre fracasos en esta materia. Pero en lugar de interpelación ha escogido S.S. otro sistema, el del examen, porque ha hecho uno muy detenido de todos y cada uno de los Ministros; tan detenido y tan riguroso como convendría que se hicieran los exámenes en muchas Academias de enseñanza.

Pero, en fin, en este nuevo sistema que S.S. ha escogido, no solo no ha fracasado, sino que ha salido victorioso. Su señoría lo ha hecho muy bien; de modo que puede vanagloriarse, puesto que, en esta época de fracasos, S.S. sale vencedor. Sea, pues, enhorabuena, Sr. Botella.

Pero, ya se ve, ha habido que contestar al examen que ha hecho, y los Ministros se van levantando uno a uno a contestar las preguntas de S.S., y me ha tocado a mí el último lugar.

Voy, pues, a ver si satisfago las preguntas que me ha dirigido; pero antes me ha de permitir S.S. que me haga cargo de una apreciación, que no pregunta, con que empezó la parte de su discurso que al Presidente del Consejo de Ministros se refiere.

Su señoría me ha hecho el honor de pensar que, por lo menos en las apariencias, mi conducta fue correcta y leal al principio de la crisis. No solo lo fue en las apariencias, sino que lo fue en la realidad; así espero que lo reconozca S.S., aun cuando dejo es de las apariencias para otros que no son tan maliciosos como el Sr. Botella.

¡Pero que mi conducta me hubiera colocado a una altura inmensa y me habría dado el título de gran estadista, si hubiera concluido la crisis aconsejando a S. M. que, después de haber fracasado yo en los propósitos de conciliación, viniera el partido conservador! De manera que para S.S. yo sería un gran hombre de Estado si hubiera aconsejado a S. M. la venida del partido conservador. ¿No es así, señor Botella? Pues presumo que ésa es una opinión muy especial y muy singular de S.S., porque espero que la mayoría de los españoles piense precisamente lo contrario. (El Sr. Botella: ¿Incluso los conservadores?) Incluso los conservadores, si por encima de su propio interés atienden, como es natural, al interés de las instituciones y del país. Y como yo creo que eso es lo que hace el partido conservador, por eso creo que el partido conservador no ha de pensar como S.S.

De todas maneras, siento que las circunstancias no me hayan permitido dar el consejo que S.S. ha echado de menos, para que yo fuera colocado a la altura de un gran estadista, porque por lo menos habría tenido una ventaja muy apreciable, que era la de que, si yo hubiera hecho eso y hubiera venido al poder el partido conservador, yo habría tenido el gusto de contarle a mi lado, en mi partido, como soldado de fila, y a mis órdenes; y para mí el tenerle por el contrario, enfrente, es una grandísima desventaja.

Pero debo hacer presente a S.S. que la ventaja grande que yo obtendría en el placer que había de hallar en contar con S.S. entre aquellos que siguen mis instrucciones y marchan bajo mi dirección, no había de compensar los males que, en mi opinión, hubiera ocasionado el consejo que S.S. ha echad de menos. Yo no tengo prevención ninguna contra el partido conservador; al contrario, lo creo un instrumento de gobierno necesario para el porvenir de nuestro país; pero estimo que puede debilitarse y hasta perderse si de él se echa mano a destiempo. Venga el partido conservador en buen hora, cuando deba venir; llegará su tiempo; su sazón vendrá, y entonces, no tenga S.S. duda ninguna, el primero que aconsejará su advenimiento será el actual Presidente del Consejo de Ministros, que en estos momentos no ha creído conveniente dar semejante consejo.

Después de esta indicación, que es la más importante que a mi entender ha tenido la parte del discurso de S.S. que a mí se refiere, me ha hecho algunas preguntas que, francamente, no me explico cómo me las ha hecho.

Que el Sr. Cassola me ha escrito una carta. Es verdad; pero una carta particular que se refería a una conversación que él había tenido, y sin la autorización del Sr. Cassola para publicarla y hablar de ella en el Senado, no quiero hacerlo. (El Sr. Botella: [1286] Se ha publicado en los periódicos). Se ha publicado parte de ella, porque en la manera de vivir de este país, y en las costumbres a que nos vamos haciendo, es muy difícil hacer nada que no tenga alguna transparencia; pero lo que se ha publicado de la carta no es exacto en una gran parte. Hay algo de verdad, como siempre que se habla de sucesos de los cuales tiene algún conocimiento la opinión pública; pero se han publicado muchas cosas que la carta no dice. Y yo pregunto: ¿Tiene derecho el Sr. Botella a que yo le diga aquí, en público, ante el Senado, que es lo mismo que decirlo a la faz de la Nación, el contenido de una carta que se refiere a una conversación particular celebrada conmigo por un personaje político, que por no haber podido contestar de palabra a las indicaciones que le hice también verbalmente, me contestó por escrito? Pues sería tanto como pedirme que le dijera al Sr. Botella todo lo que en aquella conversación particular pasó entre el Sr. Cassola y yo, y a eso me parece, Sr. Botella, que no tiene S.S. derecho.

Pero yo le voy a decir a S.S. la verdad. Yo recibí esa carta, y a ella no he podido poner correctivo ninguno, porque no había por qué ponérselo. El general Cassola contestaba por escrito y en una carta a manifestaciones que yo le había hecho en una conversación particular; me daba por enterado y nada más, pues no tenía necesidad de poner correctivo a la carta, ni de mi parte lo merecía.

Me hace S.S. otra pregunta: ?¿Es cierto que S.S. ha ofrecido al señor general Cassola hacerle Ministro de la Guerra?? Pues a eso le puedo contestar terminantemente: no es cierto, porque en las conversaciones que he tenido con el general Cassola, lo debo declarar muy alto, el general Cassola tendrá las opiniones que quiera, habrá manifestado lo que le haya parecido conveniente respecto de la conciliación, a la cual le he visto siempre muy propicio, pero se ha manifestado siempre con un gran desinterés personal, con un desinterés grandísimo, separando ante todo y sobre todo su elevada personalidad; declaración que debo también hacer aquí, en honor a la justicia, respecto de todas las personas con quienes tuve la honra de conferenciar acerca de la conciliación. Todas deseándola, todas con los mejores propósitos de llegar a ella, pero todas apartando, ante todo y sobre todo, su persona, con un desinterés que les honra. Cuando yo quería intentar alguna indicación sobre ese punto, lo primero que hacían era echarla abajo.

Pues eso mismo tengo que decir del general Cassola, y por consiguiente, mal podía yo ofrecerle una cosa que ni él pretendía, y acerca de la que, si alguna indicación se le hacía, la rechazaba.

?Que si ha habido algún capitán general que le haya puesto el veto?. No conozco ninguno que se lo haya puesto, absolutamente ninguno. Lo he dicho muchas veces antes que S.S. haya venido a hacer esa pregunta, sin que me la haya pedido nadie; yo no conozco ningún capitán general del ejército ni general que haya puesto el veto al dignísimo general Cassola. Lo que ha sucedido con el general Cassola es lo que ocurre siempre a muchos hombres públicos; esto es, que con sus actos, con sus palabras, muchas veces se aproximan ante la opinión a los Ministerios, y otras veces se alejan momentáneamente, y por esto será la opinión la que señale si un personaje político está más o menos indicado para esta o la otra cartera, y la opinión hace esas indicaciones por consecuencia de los actos que los hombres públicos realizan. Muchas veces ejecutan un acto que les aproxima, ante la opinión y para la opinión, al Gobierno, y otras realizan un acto que les separa; así puede S.S. explicarse lo ocurrido; pero veto, no ha habido ninguno.

Y ahora diré más a S.S.: en lo que tiene razón conmigo y con el general Cassola, si alguno se hubiera atrevido a ponerle el veto, para mí no habría alcanzado importancia alguna; que no admito vetos de nadie, ni para mí ni para los demás, ni para aquellas personas con las cuales tuviera necesidad algún día de contar. No admito más vetos que los que imponen la opinión y otros cuya fuente no hay para qué indicar ahora; a ellos me subordino, pero jamás admito vetos o exigencias que provengan de esta o de la otra personalidad, por elevada que sea.

Y voy a otra cuestión que se refiere al Senado. Su señoría perece que no ha aprobado la manera con que se han realizado las consultas para la resolución de la crisis, por consejo del que tiene la honra de dirigirse en este momento a este alto Cuerpo Colegislador. Su señoría creía que debió haberse consultado a los jefes de las oposiciones. Eso parece lo natural; y yo, con toda sinceridad, al indicar a S. M. categorías para las consultas, no tuve otro objeto que el de buscar de una manera indirecta realmente los jefes de las oposiciones; porque aquí, y en algunos otros países en los que por un quítame allá esas pajas, como vulgarmente se dice, por la más pequeña cosa se hace una disidencia, o un grupo aparte, o una oposición parlamentaria, resulta que hay en esta Cámara, en la otra, en las dos Cámaras, tantos jefes de oposición, que, francamente, no hubiéramos acabado jamás de consultas; y esto, que es muy solemne, muy importante, podría trocarse en ridículo si pasaran las consultas de un cierto número. Me parece a mí que las que ha celebrado S. M. han sido siete, y son sobradas; que yo no conozco ninguna crisis que en ninguna parte se resuelva previo mayor número de consultas. ¿Por qué he escogido yo esas categorías de los que hayan sido Presidentes del Consejo de Ministros, los ex Presidentes del Congreso y los Presidentes de los Cuerpos Colegisladores? Porque en el movimiento político en que vivimos están dentro de esas categorías aquellos personajes políticos que en el Senado y el Congreso tienen su representación y han sido o son jefes de partido, y vienen a ser realmente los jefes de las oposiciones.

Creí yo que de esta manera, sin que nadie se lastimara, S. M. la Reina podría consultar mejor las opiniones de las personas que pertenecen a todos los partidos en sus grandes líneas generales, que no llamando a los jefes de los diversos grupos políticos de oposición que hay en una y otra Cámara. ¿Es que no he acertado? Pues será una responsabilidad mía. Yo creo haber acertado. Pero me dice S.S. que en la consulta se ha eliminado a los ex Presidentes del Senado, y no puede darse la razón que S.S. ha dado para esto tan en crudo como S.S. lo ha hecho; pero algo hay, en efecto, que el Presidente por elección de la misma Cámara está más en contacto con lo que se llama elección popular en las altas jerarquías que yo había elegido había tantos elementos del Senado como del Congreso, porque de los siete, tres son individuos del [1287] Senado, mientras que si hubiera añadido además los ex Presidentes del Senado, habría resultado lo contrario, cinco del Senado y cuatro del Congreso, y la proporción no hubiera sido posible, porque es mayor el número de Sres. Diputados que el de Senadores, y la proporción de tres a cuatro es más justa que la de cinco a cuatro. (El Sr. Botella: Eso es la perecuación). Ya que S.S. habla de perecuación, ahí tiene S.S. una verdadera perecuación.

Su señoría cree que yo no he hecho todo lo posible para conseguir la conciliación, y hasta cierto punto me hace a mí responsable de que la conciliación no se haya realizado. Verdaderamente S.S. es muy injusto. Yo dije, al tener la honra de presentar el nuevo Ministerio, que al poner la dimisión del anterior Ministerio, que la poner la dimisión del anterior Ministerio en manos de S. M. la Reina, tuve la honra de advertirle que presentara la dimisión del Ministerio, no porque no pudiera gobernar, no porque encontrara dificultades insuperables en su paso para la gobernación del Estado, puesto que yo no había encontrado hasta entonces indicio ninguno de que nos faltara la confianza de la Corona, y tenía la evidencia de que no nos faltaba la confianza de las Cortes, que es lo que necesita un Ministerio para gobernar. Yo presenté la dimisión de aquel Ministerio con la conciliación y para la conciliación, hasta tal punto, que, realmente, sólo podía por esta consideración presentar la dimisión de aquel Ministerio que había gobernado con las dificultades con que gobierna todo Ministerio en todas partes, y por consiguiente, también en España, pero que no había tenido fracaso ninguno, y había resuelto en orden, en paz, en tranquilidad todas las cuestiones, lo mismo las interiores que las exteriores; que no había tenido ningún contratiempo ni dentro ni fuera de las Cortes; que, después de todo, había resuelto las cuestiones exteriores del mejor modo posible, sin que quedara ninguna, absolutamente ninguna pendiente; que había resuelto en paz las cuestiones interiores, a pesar de fatídicos augurios; que acababa de hacer unas elecciones municipales en las cuales el Gobierno no había tomado parte alguna, obteniendo en todas partes una gran mayoría; y que, además, su política no sería tan mala cuando partidos, fracciones y fuerzas políticas que vienen en otros campos y tienen otros ideales y otras aspiraciones, se aproximaban, por la política del Gobierno, a la Monarquía, y no tenían reparo en decir que podría llegar un día que les fuera posible prestar sus servicios a la Monarquía.

Pues un gobierno que no había tenido fracaso ninguno y que contaba con estos verdaderos éxitos, no podía presentar la dimisión más que por una gran conveniencia, por la conciliación y para la conciliación. Por de pronto me parece que ésta es una razón evidente de que yo deseaba la conciliación, cuando hice una crisis para realizarla. En efecto, yo hice todo lo posible para conseguirle, y había de realizarla naturalmente con la base de la mayoría, porque de otra manera no se comprende la conciliación; y viendo que mis propósitos no los podía realizar, y como yo había aconsejado a S. M. la aceptación de la dimisión, con objeto de ver si por una nueva combinación ministerial podíamos conciliar todos los elementos liberales para restablecer la rota cordialidad de relaciones entre estos mismos entre sí, y para sentar bases de buena inteligencia entre el partido liberal y los demás partidos y como conviene a la marcha regular y ordenada de la política española, yo me creí en el deber de declinar el encargo y decir a S. M.: ?Puesto que no he podido realizar lo que yo mismo he propuesto a V. M., yo no quiero presentar a V. M. otro Ministerio en los mismos o parecidos términos que el anterior, y creo mejor consultar a las autoridades políticas, para ver si tienen la suerte de encontrar un hombre político que consiga aquello que a mí no me ha sido dado alcanzar?.

De manera que por la conciliación, no solo he propuesto una crisis a S. M., sino que además me he separado voluntariamente del gobierno. Su Majestad llamó al dignísimo Presidente de la otra Cámara, quien tampoco ha tenido la fortuna, como me pasó a mí, de poder formar el Ministerio de conciliación. ¿Se podía, pues, hacer más por la conciliación y para la conciliación de lo que yo he hecho? Porque, en último resultado, si perder o ganar puede llamarse esto de adquirir o de perder la Presidencia del Consejo de Ministros, si eso es perder, yo por de pronto he procurado perder todo lo que tenía, es decir, la Presidencia del Consejo de Ministros, mientras que otros iban a ganar esa Presidencia para obtener la conciliación. Siempre consideré pequeño ese sacrificio; pero evidentemente era mayor mi sacrificio que el de otros.

No tiene, pues, razón S.S. Yo he hecho lo que he podido por la conciliación y para la conciliación. Si ésta ha fracasado, no ha sido mía la culpa; pero ya que por este medio no se ha realizado, ya dije en la última sesión (no sé si en este alto Cuerpo, pero por lo menos lo manifesté en el Congreso); ya dije, repito, que no desistía de mis propósitos, que continuaba con mis aspiraciones de ir a la conciliación. ¿No se ha podido hacer ahora; no se ha podido hacer por medio de una modificación ministerial? Pues se podrá hacer de otra manera, por medio de procedimientos que el Gobierno adopte, por medio de la conducta que observe. Y yo aseguro que la conducta del Gobierno y los procedimientos que siga han de ser siempre en el sentido de la conciliación. El que venga, bien venido sea; el que no, allá el país dirá de quién será, por último, la responsabilidad de que la conciliación no se haga. Lo único que yo quiero demostrar, y lo demostraré con mis hechos y con mis palabras, más que con mis palabras con mis hechos, es, que así como las reformas liberales se empezaron con todos los liberales juntos, concluyan esas reformas y llevemos a cabo su coronación por todos los liberales reunidos. Juntos empezamos la carrera, juntos debemos concluirla. Este es mi principal objeto, y para conseguirlo he de hacer cuantos sacrificios estén de mi parte, que para ello no he de encontrar ninguno que me parezca grande. [1288]



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